En 1711, Juan García de Vargas, profesor de gramática y retórica y prefecto de estudios en el Colegio Imperial de los jesuitas en Madrid, escribe una gramática latina, muy extensa y completa, con las cuatro partes tradicionales de los tratados jesuitas (etimología, sintaxis, prosodia y ortografía), un auténtico Arte renovado y “aclarado”, con el que pretende completar y sustituir los tratados que se usaban fundamentalmente en los colegios de la Compañía, es decir el Arte Regia de Juan Luis de la Cerda y el De Institutione del padre Álvares.
Además, intenta con este tratado también, si bien de manera infructuosa, luchar contra la gramática racional y contra el éxito del Brocense, cuya Minerva había logrado una gran repercusión en Europa. Ciertamente, Vargas no consiguió su objetivo, pero no por ello debemos dejar en el olvido esta gramática que, ya en los inicios del s. XVIII, intenta luchar contra lo nuevo manteniendo, completando, recargando e intentando renovar unos tratados jesuitas que, ciertamente, marcaron una época y una manera de enseñar la gramática latina.